Almetas y totones
Las ánimas son las almas de los difuntos que no pueden entrar al cielo ni al infierno, por haber tenido una muerte violenta o haber dejado en vida algo importante por hacer. Conviven con nosotros pero no los vemos… conviven, por ejemplo, en nuestra forma de hablar: cuantas veces nos han dicho nuestros yayos, después de caernos y de hacernos una herida, que “se nos iba a salir el almeta por ahí”… O cuando dos personas decían la misma palabra o expresión a la vez, sin haberse puesto de acuerdo, “habían sacado un ánima del purgatorio”. En cambio, según las tradiciones que se conservan en el nuestro Alto Aragón, cuando un gato rozaba el caldero del fuego era señal de que el difunto de esa casa no estaba a gusto y volvería a casa hasta que le dijesen las misas necesarias. Pero, ¿Cuántas misas había que hacerle?
Las almetas tenían su manera de comunicarse con nosotros, como le pasó a aquella mujer de Alquézar que había limpiado por la noche las judías para la comida del día siguiente. Las había dejado encima de la mesa de la cocina y a la mañana siguiente encontró nueve o doce judías separadas del montón y colocadas a su alrededor. Era señal de que algún alma pedía ese número de misas. En Salas Altas las peticiones las hacían de otra manera, en la masa del pan aparecían hechos misteriosamente algunos pellizcos, tantos como misas reclamaban las almas. Dicen que las almetas suelen vivir en el pan: ¿Cuántos han visto a sus padres o abuelos hacer la señal de la cruz en el pan antes de cortarlo? ¿Y por qué no se dejaba el pan boca arriba? Había que girarlo y ponerlo boca abajo, porque si estaba boca arriba las almas sufrían. Pero lo peor que se podía hacer era clavar el cuchillo en el pan.
Almetas y totones
En estas tierras existen dos tipos de almas: las almetas, que vigilan el cementerio y se pasean por él, vestidas de blanco y con dos cirios encendidos; y los totones, que son los guardianes del cementerio, que llevan un cirio en la mano en lugar de dos, en eso se distinguían de las almetas. Si eres tan valiente como para salir en la noche de las ánimas por los lindes del cementerio es bastante probable que te encuentres a las ánimas en procesión, y también será bastante fácil que una de ella te pida que le sujetes uno de sus cirios… ¡No lo hagas! Pasarás a ocupar tú su lugar en tan triste comitiva…
Viven en el cementerio cerca de sus cuerpos hasta el momento en que, redimidas, puedan entrar en el cielo. Es por esta razón por la que en la puerta de algunos cementerios del Alto Aragón hay unos montoncillos de piedras. Existe la creencia de que si alguien pasaba por su puerta tenía que tirar una piedra al montón para que el alma en pena no le arrastrase a él a la muerte.
Igual que la fiesta de Crucelós, en Adahuesca, en donde todos los años la gente va
echando piedras al montón que señala el enterramiento de las abuelas de Sevil, cuya historia se puede conocer en el Centro de Interpretación de Mitos y Leyendas de Adahuesca.
Relacionado con las piedras y las almas, en Salas Altas se suele decir “estar en as tres pedretas” cuando estás en el umbral de la muerte. O también se puede escuchar “i-se-ne ta debaxo o chinebro” algo así como “ir a criar malvas”.
Prevenciones contra las almetas
Y es que nunca se ha tenido miedo a la muerte. Se ha tenido miedo a las almetas. Siempre se ha procurado que cuando alguien estaba moribundo y moría en casa, rodeado de sus seres queridos, su alma no permaneciese entre los vivos. La tradición decía que había que abrir las ventanas de par en par, también tapar con un paño negro el espejo de la habitación o volverlo contra la pared para que su almeta no quedase enredada en su imagen y no pudiera irse. Fijaros que en algunos sitios vestían al difunto con sus mejores galas pero curiosamente lo ponían sin zapatos ¿por qué? ¿No os lo imagináis? Para que así el difunto no pudiera volver a su casa…
Otra cosa que se solía hacer era cerrar bien la boca y los ojos del difunto, con un paño bien atado para la boca, y tapando los orificios (nariz, orejas, boca…) con estopa sobrante… Así al alma no se le ocurriría volver al cuerpo.
Y si a pesar de todo esto se tenía la sospecha de que una almeta merodeaba por nuestros alrededores, en esta fecha tenemos un recurso que nunca falla: comer judías, sin arreglar, sólo con aceite y refrito de cebolla. No fallan nunca. Para que no entrase una almeta en nuestro cuerpo lo mejor era llenarlo de aire… y todo el mundo conoce las virtudes flatulentas de las judías. Comiendo un buen plato quedaba garantizado que no entraría ningún alma, y si entraba, tened por seguro que en cualquier momento iba a salir de nuestro cuerpo.